La venida de Morrissey [1] se dio de manera algo fulminante. Si bien su nombre sonaba fuerte como número de la próxima versión de Lollapalloza [2], eso no resultó; en cambio, el Festival de Viña del Mar [3] se transformó en la curiosa plataforma en la que llegaría a Chile por tercera vez.
Se veía venir que ocurrirían situaciones que, a lo menos, serían curiosas. Al final, Morrissey en medio de algunas polémicas de poca monta, que rápidamente quedaron en el olvido. Lo suyo en Viña fue fugaz y algo raro. El público que iba por el británico entendió; el resto, pudo quedar algo extrañado. No es para menos en un festival cuyo enfoque está en lo popular, masivo y alejado del rock (incluso por suave que este pudiese ser).
Morrissey en Viña fue contundente y efectivo. Sin embargo, la presentación (al menos por televisión) se vio algo fría, distante y con problemas de sonido.
Santiago fue una parada diferente: una presentación personal, con una multitud que celebraba todo. Un set list bastante más certero ayudó muchísimo a engrandecer la noche. A pesar de eso, algunos pasajes de canciones algo más lánguidas o desconocidas tendían a enfriar la jornada, que alcanzó momentos de cántico general.
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