El viernes 26 de febrero caminé harto. Hizo calor, estuve aquí y allá; estaba cansado. El sueño era pesado, pero de pronto entré en conciencia: todo se movía, me familia estaba ahí. Eran las 3.34 de la madruga del sábado. No puedo recordar cómo me desperté, como me levanté. Para mi, aquel movimiento violento e interminable, comenzó casi de improviso. Sin embargo, en ese momento sabía que la cosa iba mal, muy mal. Verme ahí, medio dormido, en una casa que parecía coctelera, es una imagen imborrable. Ver, horas más tarde en televisión, el enorme daño causado, principalmente en la zona centro sur del país, fue impactante. Además, se trataba de algo que aumentaba a cada instante. La forma del país, la enorme extensión involucrada (incluyendo las dos regiones más habitadas de Chile) y el inevitable corte de las comunicaciones repercutió en varios días con la mente en un cien por cien en lo que habíamos vivido.
Miles de personas no han podido ser debidamente socorridas, particularmente por encontrarse en zonas pequeñas y aisladas. Aún así, siento que todo ha empezado a levantarse. Mientras, seguimos aquí.
Saludos y ánimo a todos quienes se hayan visto afectados de la forma que fuese.
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