De cierta forma se veía venir; pero igual nos sorprendimos. Y nos pusimos tristes cuando el pasado 2 de febrero, The White Stripes [1] anunció su fin. El dúo de Michigan había logrado sacudir un rato el ambiente musical en la década pasada, en medio del aburrimiento reinante, la falta de originalidad y aquella necesidad de espontaneidad. No fueron los más famosos, ni quienes cosecharon más hits, pero de aquella breve ola de bandas garage que aparecieron a comienzos de este siglo, estuvieron dentro de los más auténticos y brillantes.
Meg y Jack White nos quisieron hacer creer que eran hermanos, pero no nos convencieron. Sí lo hicieron de que dos personas, despojadas de manías, egos y parafernalia, podían ser tan poderosos como cualquier otra banda de rock. Aquí menos era más, dos eran suficientes.
Quienes los vimos en su visita a Chile en 2005, asistimos a una muestra de potencia y feeling fuera de serie. Meg y su batería (y a veces un pandero), Jack y sus guitarras (y más tarde teclados, pianos y hasta xilófonos): no necesitaban más.
Afortunadamente nos dejaron varios y grandes discos. Ellos lo saben: la banda vivirá para siempre.
Quienes los vimos en su visita a Chile en 2005, asistimos a una muestra de potencia y feeling fuera de serie. Meg y su batería (y a veces un pandero), Jack y sus guitarras (y más tarde teclados, pianos y hasta xilófonos): no necesitaban más.
Afortunadamente nos dejaron varios y grandes discos. Ellos lo saben: la banda vivirá para siempre.
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